AVENTURA CASCADAS DEL DIABLO.

Esa aventura en el bosque donde vivía mi abuelo fue una experiencia que no puedo dejar de contar, parcero. Nos lanzamos con los panitas hacia la selva, y desde que empezamos a caminar, el lugar nos atrapó con su exuberante flora y fauna. El clima fresco nos acompañaba mientras nos adentrábamos en un rincón único: la Cascada del Diablo, con su salto de agua de más de 12 metros de puro espectáculo.

Durante las dos horas de caminata, la rumba era el alma de la jungla. Charlas, risas y el sonido de la naturaleza nos arropaban en una experiencia que se sentía enriquecedora. Al llegar a la cascada, el estruendo del agua y la vista de película nos prepararon para lo que sería el clímax de nuestra hazaña.

En el agua, donde la temperatura estaba más helada que el corazón de tu ex, nos dimos unos chapuzones y saltamos desde las rocas. Pero el desafío de verdad estaba en un tronco que desafiaba las alturas de la misma cascada. Subí con un compañero, pero el man se rajó, no se atrevió. Así que me paré al borde de ese tronco, me tomé unos tragos, y después de inhalar profundamente, me lancé al abismo acuático.

La caída fue como una montaña rusa de adrenalina. Al principio, el miedo estaba a la orden del día, pero cuando salí del agua, una mezcla de orgullo y felicidad me invadió. Había superado el temor, parcero, y eso valía más que cualquier cosa.

La vuelta, a pesar de que estábamos más quemados que un asado mal hecho, estuvo cargada de anécdotas y risas que cerraron el día con broche de oro. Y al llegar la noche, caímos en un sueño profundo, llevándonos la huella indeleble de un día marcado por la valentía, la camaradería y una conexión genuina con la naturaleza. Esta vaina, parcero, quedó grabada en la memoria como una de esas experiencias inolvidables. ¡Una hazaña parchada que no se olvida fácil! Miren la cascada


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